Dicen que la mente es como un paracaídas, que sólo funciona si está
abierta. Yo tengo que dar hoy las gracias a los usuarios y usuarias de ASPACE Sevilla por ayudarme a abrir la mía, otro poquito más.
Hace unos meses andaba buscando algún voluntariado al que dedicar algo
de mi tiempo libre (claro que eso fue antes de empezar a trabajar por
las tardes y tener una jornada de 9 a 21, pero ésa es otra historia). En
plena búsqueda conocí a una chica que me habló de ASPACE. La verdad es
que nunca había tenido una sensibilidad especial en relación con la parálisis cerebral y
además me daba un poco de respeto afrontar algo que me era tan ajeno
(había pensado más bien en clases de español para extranjeros o un banco
de alimentos) pero me dije… ¡vamos a intentarlo!
Las
primeras dos salidas fueron bien, aunque me sentía un poco extraña al
no saber cómo comunicarme con ellos, en su inmensa diversidad (aquellos
que te entienden perfectamente pero se expresan en lenguajes que yo no
conozco, aquellos que no pueden escucharte…). Yo, que soy tan de
utilizar las palabras, me veía sorprendida por situaciones en las que las palabras de poco servían.
Sólo hacía falta acercarse un poco más, pasar un poco más de tiempo con
ellos, para conocerlos y reconocerlos no en relación con su discapacidad
sino en relación con sus multicapacidades.
Sólo hacía falta pararse y abrir la mente, dejarnos llevar por su
particular y personal forma de vivir la vida (tan particular y peculiar
como la de cualquier persona), para saber que cada uno es cada cual, que
la parálisis cerebral no es más que una de sus muchas características
personales.
Llevo poco tiempo con ellos, pero ya me han enseñado a bailar con mucho más ritmo que yo sólo moviendo las manos, me han enseñado que hay mil formas de comunicar que no son la palabra hablada, me han enseñado cómo buscan vías alternativas para superar las dificultades propias de su discapacidad y conseguir lo que quieren, me han enseñado a dejar que las cosas fluyan sin adelantarlas, a enfrentarme a situaciones totalmente nuevas para mí, a ayudar sin sentir “lástima” y a ver con naturalidad y sencillez el “dejarnos ayudar”.
Gracias, Tamara, Kiko, Rosana, Mila, Francisco Manuel…
gracias también a los que conozco menos, Antonio, Rafa, Juanma, Adrián,
Maribel, Sergio, Cristina… y a aquellos de quienes no sé aún el nombre.
Gracias por dejarme compartir una parte de mi tiempo con vosotros,
porque me traigo casa día a casa una nueva enseñanza y la mejor de las sonrisas.
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